Las medianeras de las casas demolidas me producen, por un lado, la fascinación algo morbosa de poder ver a plena luz del día un poquito del interior de lo que alguna vez fue una casa ajena y, por el otro, la idea, un poco triste, de que hubo gente que vivió miles de días dentro de esos cuartos de los que sólo quedan escombros y siluetas marcadas en la pared.
Ver una demolición es una experiencia interesante, hace poco tiraron abajo un edificio justo al lado de la oficina y estábamos todos hipnotizados por las máquinas que despacito pero sin tregua hacían cambiar el paisaje de nuestras ventanas. Esos días lo que más disfrutaba era el ruido de los vidrios cayendo y de las losas estrellándose en el piso.
Por estos días, en cambio, disfruto con una medianera que hay en una de las 71 vueltas que da el 71. No le queda mucho, excepto por un espejo gigante, un poco magullado pero casi intacto, que refleja el cielo y algún que otro poste de luz. Cada vez es más difícil encontrar una así, en esta Buenos Aires que tira abajo casa tras casa para hacer más y más edificios*, pero de tanto en tanto aparece alguna para espiar y quedarme pensando.
*brevemente poseída por el señor Azubel mientras escribía esa oración.
3 comentarios:
azubel es el de la ciudad de los ojos tan, tan maquillados?
no, es un potro de villa urquiza
Me acordé de este post tuyo el otro día en una excursión a mi querida zona norte. Hay una en la esquina de maipú y (la voy a pifiar, seguro)ingenieros o algo así...seguro ya la viste igual.
Besos potra, si no ponés post nuevo te comento en los viejos.
Pato
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